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lunes, 28 de mayo de 2012

Cuando comienzas a sentirte una 'pureta'

¿Pureta? Pureta. Oh, my God!, va a ser cierto eso de que me estoy haciendo vieja, ¿si no de qué iba a expresarme con una palabra tan de madre?

Pues sí, pues sí, estoy en esa etapa de la vida donde todo a tu alrededor te incita a madurar de una vez por todas (y para siempre). A ver, entendámonos, que aquí la Rubia Neurótica que suscribe apenas cuenta con 25 palos a su espalda, pero ya pesan... (¡y mucho!)

Porque, a ver, yo me pregunto: ¿cuál es la edad idónea para madurar? ¿Se me puede considerar aún una niña o, por el contrario, tengo que hacerme adulta a la fuerza? La verdad es que yo, como muchos, uso mi edad para bien o para mal, a mi antojo. Lo mismo soy la persona más madura del mundo a la hora de dejar que otros deleguen en mí responsabilidades o consejos o, en otras ocasiones, me considero una niña que no sabe hacer la O con un canuto (Véase cuando mi querida madre me manda hacer tareas del hogar que, por si alguien no lo sabe aún, odio profundamente). 

¿Nunca os han dicho eso de "Si eres mayor para unas cosas, eres mayor para otras"? Yo lo escucho una media de unas cuatro veces por semana (o más). Tantas que, sinceramente, creo que me han causado un trauma con la edad y eso tan horrible de cumplir años.

Creo que nadie más que yo lleva tan jodidamente mal el soplar velas. Y sé que ahora muchos (mayores que yo, que haberlos haylos, of course) estarán indignados de escuchar quejarse de su edad a una enana de 25 años, pero... ¿A qué vosotros no os cogisteis el berrinche de vuestra vida (con llanto durante horas incluido) cuando cumplisteis los 20? Pues ea, para que veas que, realmente, lo mío es de psiquiatra.

Pues eso, que toda esta historia es porque, una vez más, me he sentido mayor. Ha sido este fin de semana. Resulta que pasando esos dos maravillosos días en los que no suena el despertador, y te levantas escuchando el cantar de los pajaritos y todo huele bien, y te tiras una hora desayunando y todo es feliz y estupendo, me ha pasado lo peor que podría pasarle a alguien con un trauma tan grande y arraigado como el mío: me han llamado señora. ¿Señora? Señora.

Vamos a ver, mocoso, ¿realmente me ves a mí con cara de mujer adulta con toquilla y bolsito de mano? De verdad, yo tengo clarísimo que cuando tenga hijos, una de las cosas que primero voy a enseñarles es a distinguir entre señoritas y no tan señoritas. Hombre, por Dios, que una ya tiene suficiente con comenzar a dejarse el sueldo en cremitas antiarrugas y potingues varios para eliminar (me río yo de los productos milagro) la celulitis, como para que venga un enano y en menos de dos segundos te quite esa ilusión con la que habías salido de casa (porque ibas monísima después de arreglarte y echarte todas tus cremas) y te diga: "¿Cómo te llamas, señora?" ¿Qué como me llamo? ¿Qué como me llamo? ¡Pues señora no me llamo!

Y después de todo esto, hago un llamamiento a todas aquellas personas que me conocen y a las que no también, para cuando me vean me digan algo así como "¿25? ¡Pero si aparentas 18!"? o "¡Pero qué guapa estás, madre mía!" (sé que ésta última no tiene nada que ver, pero qué queréis que os diga, a nadie le amarga un dulce...

Sí, lo sé, soy una exagerada, pero ya que lo soy, lo soy para todo. ¿O acaso no recordáis quién soy? ¡Soy la Rubia Neurótica!

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(...Aún no me creo que la palabra pureta haya salido de mi persona. Snif Snif. Me estoy haciendo mayor...)