lunes, 23 de septiembre de 2013

Reflexiones sexo-literarias y otras cosas que pasan en la sala de espera del médico

Buenas a todos y todas. Hoy no creo que pueda excederme demasiado, ya que, de un momento a otro, la gente se arremolinará en mi salón para desear un feliz cincuenta y... cumpleaños a la mujer que me dio la vida. Pero no quería dejar pasar la oportunidad de soltar las polladas que se me están pasando ahora mismo por la cabeza. Más que nada por preguntaros también a vosotros si las pensáis o soy sólo yo, que estoy más p'allá que p'acá, que vale, todos sabemos que sí, pero todo tiene un límite.

Mi reflexión del día es: "¿De verdad vende tanto el porno, el erotismo, el sado, vamos, el sexo en la literatura moderna?". Pues, a mi entender, la respuesta es sí. Ni Dios se salva de haber leído la trilogía de Christian Grey, por ejemplo. Y ahora muchos diréis "oh, oh, yo no la he leído", pero, amigos, ¿a qué sabéis perfectamente de quién estoy hablando? ¿Y de que van a hacer una película de ese truñaco de historia que, por cierto, me enganchó hasta el punto casi bestial de quedarme sin vida propia? 

Pues eso, que sí, que el sexo en los libros vende, pero, amigos, una cosa es leerlos y otra, muy diferente, escribirlos. Y pensaréis que por qué peinetas os estoy explicando esto. Bien, pues porque hoy tengo un día muy ajetreado sexual-literariamente hablando.

¿Por qué? Pues lo primero es porque, esperando en la sala del médico que me suele atender, porque me ha salido un puto orzuelo del tamaño de un oso, me he llevado un libro. Y no, no el de Grey, sino una trilogía que también se está haciendo bastante conocida. Voy ya por el segundo libro ('Reflejada en ti'), pero ni siquiera me acuerdo de cómo se llama el primero. Una historia que no sabría describiros, más allá de que son una pareja con bastantes traumas infantiles que solucionan todos su problemas (que no son pocos) follando. Y sí, suena fuerte la palabra, pero es que no me sale decir otra. Porque se querrán y todo el paripé, pero fornican como conejos en la historia. De hecho, es lo único que hacen. Y si encima cada vez que lo hacen, es decir, unas cuatro veces por página, la palabra SEXO está en mayúsculas, pues claro, al final la señora que está esperando a tu lado (matizo: la puta señora cotilla) acaba echando un ojo al libro. Y dos ojos. Y tres. Y cuatro. Y al final termina leyendo lo que tú estás intentando leer en la "intimidad", hasta que llega un momento en que la mujer te dice: "¿esto es lo del Grey que todo el mundo habla?" Y claro, te dan ganas de mandarla a la mierda por dos cosas: por cotilla y por mentirosa, porque, a día de hoy, hasta mi abuela, la del pueblo, sabe quién es Christian Grey. "No, señora, es otra novela." "Sí, pero bien que es de SEXO también, ¿eh?" (codazo incluido). 

Aún doy gracias por que mi médico justo saliese a nombrarme y así pude dejarla con la palabra en la boca, porque, a ver, qué coño le respondes a esa mujer que te está llamando no menos que guarrilla, cuando era ella la que estaba cotilleando MI libro y poniéndose tontorrona.

Y lo segundo es porque... Mi súper novela ya está más que avanzada y, claro, tenía que llegar este momento, tarde o temprano (y mirad que lo he postergado). ¿Cuál? Os preguntaréis. Pues la escena de sexo, ¡qué iba a ser, si no! Pues eso, que aquellos que me conocéis sabéis que soy una persona sin pelos en la lengua, que suelo hablar de todo abiertamente, pero escribirlo ya es otro cantar. Y más cuando no se trata de sexo, sino de amor. En serio, no sabéis cuán difícil es tragarse a la Samantha Jones que tengo dentro y dejar aflorar a una Charlotte que muere por el romanticismo. Porque, amigos, el romanticismo no es que sea precisamente una característica de mi persona. Si a eso le sumamos que la escena en cuestión que he tenido que escribir es ficticia, pues se juntan dos cosas. ¡Ay, Dios, lo que me ha costado! Lo peor de todo es que según me salía una nueva palabra, se me venía a la cabeza lo que pensaría mi madre cuando lo leyese. No, mamá, yo no hago esas cosas. Te lo prometo.

Por cierto, a este respecto sobre las novelas erótico festivas, éstas que nos molan, que parece que nos gusta que nos traten mal o algo, me hacen tener una eterna duda que ha vuelto a mi mente, leyendo hoy en la sala de espera. ¿Los escritores (escritoras) creen realmente que es morboso que el hombre le lave el pelo a la mujer? Porque, en serio, me parece lo más patético que he visto en mucho tiempo. Desde que ya lo vi en un capítulo de 'Sexo en Nueva York', cuando le lavaban el pelo a Miranda (sí, la única no agraciada del grupo), pasando por (otra vez) 'Cincuenta sombras de Grey' o ahora con la novela ésta que ha caído en mis manos, me parece horribilis, de verdad. Pero, no sé, ¿qué pensáis vosotros? ¿Soy el único ser viviente en este planeta que piensa que para eso están los peluqueros y el champú Herbal Essence?

En fin, me despido, porque llegarán los invitados de un momento a otro. Una tarde en la que no pararemos de comer. Y comer. Y comer. Y comer. Genial para mi no dieta. Clic.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Mi Manzana y su pluma

No sé muy bien cómo empezar lo que quiero escribir, ni siquiera sé qué escribir, pero algo me dice que o lo intento pronto o todo lo que pretendo transmitir se va a ir volando si no lo hago rápido.

Éste, mi blog de rubia neurótica, al que tan poco caso hago pero al que tanto adoro y, por qué no decirlo, mi favorito de entre todas las cosas varias que andan mías por internet, será hoy el recipiente perfecto para volcar todo lo que siento ahora mismo.

Casualidades de la vida o, bueno, casualidades creo que no -destino lo llamaría, más bien- quiso que hace exactamente seis días una persona recibiese una llamada que le dijese algo así como "¿te quejas del poco tiempo libre que tienes? Pues toma, otra actividad más, para que no te aburras". Es gracioso pensar que el motivo de esa llamada nos hiciera pensar que aún tendría menos tiempo libre, cuando el paisaje que tenía ante sus ojos en ese momento eran las preciosas montañas de Fonsagrada, en Lugo, donde nos habíamos dirigido el día anterior para pasar el fin de semana de fiestas.

Esa persona, con una expresión en su cara entre expectación y terror por no saber cómo afrontar todo lo que se le venía encima, me dijo: "Me han llamado para trabajar". Ya veis, algo que sonaría como el cantar de cien ángeles para muchos, a ella le supuso un shock. Y esa persona, aun cargando a sus espaldas con decenas de cosas (a saber: su trabajo como periodista, su labor como empresaria, su faceta como artista de la inventiva literaria y un sinfín de locuras más que, por qué no decirlo, comparto con ella a tiempo casi completo) dijo "¿por qué no?". Y ahí que se lanzó, con otra cosa más que la dejará hecha un trapo sin dormir durante los próximos meses.

Y os preguntaréis "¿y ésta por qué peinetas nos cuenta que a una amiga le ofrecieron trabajo mientras estaba de fiesta en Galicia?" Pues porque, casualidades de la vida (o el destino, repito) quisieron que yo estuviese a su lado en ese momento. "Oh, Dios, ¿cómo voy ahora a corregir mi libro?" "Yo, si me dejas, quieres y te fías, puedo ayudarte". Y esa persona me dejó, quiso y se fió de dejar su manuscrito en mis manos. A mí y sólo a mí. Yo, la primera en leer su novela. 

Es cierto que ya me lo había prometido una vez, pero se "saltó" un escalón y me dejó con las ganas y, sin embargo, casualidades de la vida (o el destino) quisieron que poco después apareciese esta oportunidad. Y ahí estaba yo para aprovecharla. Que algo llegue a tus manos sabiendo que eres la primera que lo toca es algo que no se puede explicar. Y más cuando es un libro. Y más cuando es de mi Manzana. Porque sí, amigos, la persona tan especial que me dejó, quiso y confió en dejarme una parte de sí misma es Manza, mi Manza. 

No pretendo hacer ninguna reseña del libro ni nada parecido. Y es que, aunque quisiese, tampoco sabría hacerlo. Ella es la que sabe de esas cosas, yo soy más de decir lo que se me pasa por la cabeza, y oye, no suele salir del todo mal, ¿no? Tampoco os voy a decir cómo se llama el libro, porque ni siquiera sé si es "legal" haberlo leído antes que el resto del mundo.

Sólo diré que mi Manza lo ha vuelto a hacer. Mi manzana y su pluma han logrado lo que nadie más ha conseguido en mi persona con una lectura. Ha conseguido, por segunda vez, que me emocione tanto con un libro que mientras haya leído las últimas cincuenta páginas no haya parado de llorar. Y digo por segunda vez porque sólo hubo una primera, y también fue con otra de sus novelas. La primera.

Y no, no me he emocionado por la historia en sí, sino por todo lo que engloba. No sólo el amor, sino la amistad, la facilidad que tiene para abrirse a los demás y contar todo lo que lleva dentro. Quizás muchos la leeréis y os gustará, pero todos los que la conocemos sabemos que hay mucho de ella (muchísimo, qué coño) en este libro. Quizás muchos, cuando sea una prestigiosa escritora de éxito, os gusten sus novelas, pero pocos conoceréis a la persona que está detrás. Y yo siempre podré decir que fui la primera en leer una de ellas, aunque sólo haya sido por esta vez, pero con eso me quedo y te doy las gracias por ello.

Y ya está. Ya me callo, porque no soy ninguna cursi, y lo sabéis. Sólo soy una llorona que está enormemente emocionada y orgullosa del talento de su Manza.

P.D.: Espero que te gusten estas palabras, porque son mi regalo para ti. La primera en leer tu obra y la primera en decirte, una vez más, que eres increíblemente buena en lo que haces. Gracias.
...Y no, no estoy escribiendo esto porque haya leído los agradecimientos. Es con lo único que me has dejado respetar los tiempos. Te quiero.



lunes, 24 de junio de 2013

Yo, movedora de masas profesional

Resulta que tengo fans. Yo, Alba para los conocidos y Albuli para los amigos, tengo fans. Y esa es la razón por la que he vuelto a éste, mi querido blog donde escribo toda la serie de excéntricas a la par que catastróficas anécdotas que me pasan a lo largo de la vida. Fans, fans, fans. Pero no de esos que ya te conocen, véase primos, amigos y demás personas que ya sabían de tu existencia y de todas las cosas que te ocurren por el simple hecho de estar en este mundo y que te pedían que siguieras contando todo aquello que sucediese a tu alrededor. No. Hablo de fans auténticos, de esos que te escriben, aun sin conocerte, para decirte lo mucho que les gusta tu manera de expresarte.

Yo, movedora de masas profesional. Yo, con fans. Quién me lo iba a decir. No uno, ni dos, queridos, sino tres. Tres fans. Pensaréis que es poco, pero para alguien a quien apenas conocen más allá de la esquina de su portal, no está mal. Tres personas que me han encontrado por internet y han pensado que yo puedo sacarles una sonrisa. Gracias a todos aquellos que son felices a costa de mis desgracias. Lo digo en serio, eh. Gracias por avisarme de que mi patética vida os es útil a algunos de vosotros. Si mi pesar es vuestra alegría, mi pesar se convierte en alegría también. Qué poética me he levantado esta mañana.

Bueno, que resumo, que me estoy poniendo filosófica y ése no es para nada mi estilo. Resulta que me había venido ayer a mi retiro espiritual para desconectar del trabajo, internet y todo aparato electrónico viviente cuando recibo una alarma del Apalabrados. Sí, ese juego que tanto odiaba, me enganchó, hizo que dejase de tener vida propia, me desintoxiqué y del cual pasaba olímpicamente. Hasta ahora. Mi fan número tres me encontró por el dichoso jueguecito. Me dijo cosas increíblemente subidoras de moral, que, por cierto, no creo que merezca, pero gracias. Una persona que ni tan siquiera conoce a este Rubia Neurótica que suscribe y que ha conseguido que, en apenas unas horas, volviera a coger el teclado y me pusiera manos a la obra. Creedme que eso es mucho, teniendo en cuenta que mi cabecita llevaba meses diciéndome “escribe, escribe” y al final siempre conseguía cualquier otro entretenimiento para no acabar aquí sentada, dejándome la vista.

El caso es que comenzamos a hablar y la partida quedó en nada, pero oye, me devolvió las ganas que tenía por escribir en este blog. Y aquí ando ahora, en el que se suponía que iba a ser mi fin de semana de retiro sin ningún tipo de aparato que llevase cables, agarrada al ordenador portátil y con el internet del iPhone enganchado, del cual, por cierto, he acabado con 53 megas menos en apenas 15 minutos. ¡Maldita tecnología!

Pues eso, este post no es nada del otro mundo, sabéis que podría extenderme hasta límites insospechados, pero es que, aparte de que no me apetece, me ha pillado la inspiración trabajando y tengo que ponerme ya (pero ya) con el proyecto que tengo ahora entre manos. Y sí, me refiero a esa novela que tantos fans (hasta ahora, sólo los que me conocían) me llevabais pidiendo. Por ahora sólo es un documento en Word de apenas doce hojas, pero con el que espero coronarme (por fin) como mujer de éxito en general y escritora patética en particular. Una novela al más estilo Rubia Neurótica, un show, vamos. No será literatura a lo Punset, pero oye, Punset tampoco tiene la comicidad de mi persona, ¿no?


Hasta pronto, fans. A todos, aquellos que me conocen y a los que no. Y otra cosa, gracias por no dejar de animarme a que siga escribiendo, porque, aunque a veces se me olvide, esto es lo que me gusta, al fin y al cabo. Clic.

viernes, 11 de enero de 2013

2013: Declaración de intenciones

Querido 2013: 

Te quiero. Te adoro. Te idolatro. Al contrario que a tu querido predecesor, ese que todo el mundo llama 2012 y que yo apodé como El Maldito, y al cual le deseaba que muriera y desapareciera de nuestras vidas en general -y de la mía en particular, a ti, sin embargo, te venero. Te venero, porque tú, mi soñado 2013, eres mi año. 365 días que pienso exprimir al máximo y en el que se van a cumplir todas mis expectativas. Quizás suene demasiado optimista, pero es así. Lo sé, estoy segura: te quiero.

No quiero que estos objetivos halagüeños y felices, que me nublan ahora mismo el pensamiento, caigan en saco roto o vuelen cual jilguerillos, así que yo, Alba P. Corpas, dejo escrita mi Declaración de Intenciones, en forma de contrato, en la que, si alguna vez se me olvidara que eres mío, mi año, pueda recordarlo cuando la lea.

Comienza la transcripción del siguiente contrato, en el que las dos partes, 2013 y Alba P. Corpas, firman un acuerdo de mutualidad, en el que ambos contratantes se comprometen a ayudar al otro a la consecución de sus fines. Por ello, y a convenir entre ambos, comienza la Declaración de Intenciones:

Declaración de Intenciones para los próximos 365 días de mi existencia - Alba P. Corpas:

  • Prometo trabajar en lo que me gusta. No pienso conformarme con cualquier cosa o, peor aún, quedarme en casa esperando a que llegue esa llamada de empleo disfrazada de valiente príncipe montado en su noble corcel diciéndome: "Ey, Alba, ese trabajo que tanto esperabas y añorabas a partes iguales, lo tengo. Y es tuyo". Seré muy fantasiosa, sí, pero la realidad de la situación me inunda. Y como soy demasiado culo inquieto para esperar esa situación utópica totally, yo, Alba P. Corpas, lo encontraré por mi cuenta. No  necesito a nadie más, sólo yo, yo misma y mis ganas de triunfar.
  • Prometo reírme de los hombres. Quizás me piense el punto de "reirme con ellos", pero, de momento, dejémoslo en un "de". En el punto 1 de este contrato hablo de mi éxito profesional. Lo sé, seré una mujer de éxito, y vosotros, capullitos de alelí que habéis pasado por mi vida -y no para quedaros-, lo vais a ver. Siento, queridos míos, que no estéis a mi lado para disfrutarlo conmigo. Jodeos. Seré una mujer de éxito. (Suena de lo más pedante, es así, pero es la verdad, si no me lo digo yo, ¿quién?) Me sé de más de uno que pensaba algo así como: "Estás demasiado loca, demasiada imaginación, demasiada fantasía. Un poquito de por favor y pon los pies en el suelo". No, gracias, mi imaginación y mis ganas me van a llevar más lejos de lo que nunca hubiera soñado y todo será gracias a mi esfuerzo, no al tuyo.
  • Prometo cuidar de los míos y mis amigos, mi segunda familia. Este punto siempre he intentado tenerlo en consideración, pero es cierto que, a veces, se me olvida que únicamente me quieren y sólo miran por mi bien. A todos, os prometo que trataré de ser mejor persona y que vosotros lo veáis a mi lado. Que todo lo que consiga, lo celebréis conmigo, porque vosotros sí formáis parte de mi futuro éxito, de lo que seré. A todos, familia y amigos, gracias. Gracias por quererme tanto y decirme todo lo bueno que tengo y lo no tan bueno, que bien falta me hace. No os defraudaré.
  • Prometo acabar todo lo que empiece. No suelo ser de esas personas que dejan a medias aquello que comienzan con ilusión, pero bien es cierto que muchas veces voy desinflándome por múltiples motivos. Por ello, juro que acabaré todo lo que me proponga, incluidos temas laborales, personales, gimnasiles y estudiantiles.
  • Prometo ser FELIZ. Pero feliz no de estos pequeños momentos en los que piensas "¿Ves? No me va tan mal". No, me refiero a una felicidad completa, de esas que te invaden todo el cuerpo y te obliga a sonreír cada día. Prometo que, si alguna vez se me olvida este último punto, y el más importante de todos, lo recordaré al levantarme cada mañana. Será mi mantra para lo que después me aguarde el resto de la jornada: "Alba, eres feliz. Alba, eres feliz".


Por su parte, el benefactor del contrato, 2013, se compromete a:

  • Hacer feliz a la beneficiaria, intentando, al menos, darle algún atisbo de pensamiento positivo que la haga sonreír, mínimo, 5 veces al día.
  • Hacer que luzca el Sol todo el año o, en su defecto, que los días de nubes y frío la beneficiaria tenga compañía con quien pueda disfrutar de esos momentos oscuros.
  • Por último, no poner trabas a dicha beneficiaria en su camino de búsqueda de la felicidad. Conseguir en todo momento que la beneficiaria obtenga todo lo que necesite para la resolución de la misma. Véase en este apartado personas y amigos que le den ese empujoncito cuando esté de bajoncillo o vea gris (que nunca negro) los objetivos que se había propuesto al principio de este contrato.


A la espera de los beneficios que reporte dicho acuerdo contractual.

Madrid, 1 de Enero de 2013.

Los abajo firmantes,


  2013                                                                  Alba P. Corpas
El benefactor                                                      La beneficiaria

lunes, 24 de diciembre de 2012

Juguetes de ayer y hoy

"¿Cómo están ustedeeeeeeeeeeeeees?" ¿A qué todos sabéis a qué carismático, entrañable y querido personaje estoy haciendo alusión? Miliki, estaba claro, ¿no? ¡Pues no! Porque existe una generación de niños mutantes tecnológicamente hablando que jamás sabrán quiénes eran Los payasos de la tele, lo que era bajar a la calle para jugar al fútbol con chapas y tampoco conocerán el maravilloso y gordo libro de Petete, ese gran ¿pollo/pato? que lo sabía 'to'. Pero to, eh, tú tenías cualquier duda y tu madre te decía: "Pregúntale a Petete, en él hallarás la respuesta" (sólo faltaba que culminase la frase con un "sigue al maestro, pequeño Padowan").

Y es que es así, amigos, nuestros sobrinos, hijos (míos no, gracias) y demás especímenes de menos de 12 años jamás conocerán lo que son los juguetes de verdad. Y cuando digo "de verdad" me refiero a esos que nos hacían restregarnos por el suelo, saltar hasta que nos explotase el corazón y tuviésemos las mejillas al rojo vivo y los que nos daban pequeñas descargas cuales cirujanos expertos en la materia. Parece que hablase como nuestros abuelos, pero, en serio, han cambiado mucho las cosas desde que la tecnología entró en nuestras vidas y decidió quedarse.

¿Qué se piden los niños de hoy en día? Su carta a los Reyes Magos, Papá Noël y todo ser que diga de traerles regalos en Navidad está llena únicamente de chismes con botones y cables y más cables (bueno, ahora no, que con este del Wifi y el bluetooth y todas estas tecnologías varias, no hacen faltan ni cables). Ahora, la carta de un niño quedaría tal que así: PS3, WII U, XBox, Wall of Craft, Grand Theft Auto... No entendéis nada, ¿a que no? Yo tampoco. Cuando tenga un hijo, le diré que me escriba la carta y con ella tendré que ir a una juguetería y decirles: "Quiero esto y no me haga leerlo, porque yo sólo hablo castellano. Gracias".

Pero es que las niñas no se quedan atrás, no. Dónde habrán quedado esas colecciones de Barbies, Nancys, Nenucos, Barriguitas y PiniPones que todas teníamos. Cada muñeca más bonita que la anterior. Sus melenazas rubias y brillantes, sus vestidos de princesas, sus sonrisas Profident... Pues no, amigos, ahora las niñas de hoy están en otra onda. Una onda más moderna, o eso dicen, porque a mí que me expliquen qué tienen de bonito unas muñecas que son zombies. Sí, queridos, zombies, con cicatrices en la cara, la piel verde putrefacta y la ropa rota. Yo intento ser empática y llegar a entender la belleza de tales muñecos, pero belleza, lo que se dice belleza, no se la encuentro por ninguna parte. A nosotras nos regalaban la peluquería de la Barbie y cogíamos a esa muñeca de piernas largas, la sentábamos ante el tocador y le hacíamos más moños que a Yurena en Sálvame (guiño, guiño). Sin embargo, eso ya debe ser cosa de abuelas pochas, porque, en la actualidad, lo que se lleva es tener 7 años y pedirse un iPad con un juego con el que cortar y destrozar la cabellera de una linda muñequita. Como lo oís, ¿cómo va a ser igual peinar a la Barbie de forma real a tocar una pantalla fría y mover los dedos a modo de tijera para cortarle las puntas? Nada, que no me entra, lo mire por donde lo mire...

Por eso, en la noche en que el primero de los regaladores navideños llega a nuestras casas, he decidido volver a escribir la carta que yo siempre hubiese querido que los niños de hoy en día escribiesen y así vieran, de verdad, que no todo es sentarse en el sofá y quedarse bizcos con tanto mandito delante de la tele. Mi carta (y la de muchos de vosotros seguro que también) sería tal que así:
  • Barbie Doctora y su clínica veterinaria: muñeca preciosa donde las haya, con sus miles de accesorios, imprescindibles todos ellos. Me pido a la Doctora, pero si, por algún casual, consideraseis que he sido muy, muy, muy buena, me pido también su coche descapotable, la mansión y la carroza (con Ken incluido).
  • Un balón de fútbol: para saber lo que es salir a correr con una pelota entre los pies, caerte, desollarte las rodillas y que tu madre te grite por la venta: ¡¡Alba!! ¿¿Qué haces?? ¡¡Sube pa' casa ahora mismo que te limpie esa herida, que se te va a infectar!!
  • Juego Operación: sí, amigos, siempre me quedé con las ganas de tener ese gran juego, en el que te convertías en un cirujano de prestigio y debías sacarle al paciente todas las cosas malas que tenía dentro de su cuerpo: desde gafas en el estómago hasta huesos de perro en el hígado. Muy raro todo, sí, pero molaba. Me lo pedí durante todos mis años de infancia y nunca llegó. En vez de ese, mis queridos Reyes Mayos decidieron un año "echarme" un juego interactivo llamado Quique Tembleque, un ciempiés que sostenía bolas y sólo funcionaba si te reías a carcajadas. Imaginaos a los 5 minutos de forzar unas carcajadas que no salían por sí solas. Nada, éste no os los recomiendo.
  • Un libro: pero un libro físico, nada de eBook, para acostarme por las noches y leer con la lamparita mientras mi madre grite: ¡¡Alba!! ¡¡Apaga ya la luz, que mañana hay cole y no habrá persona humana que te levante!!"

Pediría muchas cosas más, pero no soy avariciosa y sé que los Reyes Magos este año andan algo hasta el cuello con esta jodida crisis. Ya veis, amigos, hasta la mismísima sangre real se ve empañada por estos momentos crisiles... Desde aquí, y con este pequeño guiño nostálgico a nuestra infancia, os quiero desear UNA MUY FELIZ NAVIDAD PARA TODOS Y CADA UNO DE VOSOTROS que, aun faltando siempre personas importantes en nuestras vidas, nos merecemos pasar unas fiestas en paz, divertidas y disfrutando de los más peques de la casa, que, aunque se pidan tantas maquinitas, qué le vamos a hacer, los tiempos cambian, pero recordad, habladles como nos hablaron a nosotros: "Yo, cuando era pequeño, no existían esas cosas y nos divertíamos igual... bla bla bla..." Ahora les entendemos, ¿verdad?

Sed felices,

Alba.