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lunes, 24 de diciembre de 2012

Juguetes de ayer y hoy

"¿Cómo están ustedeeeeeeeeeeeeees?" ¿A qué todos sabéis a qué carismático, entrañable y querido personaje estoy haciendo alusión? Miliki, estaba claro, ¿no? ¡Pues no! Porque existe una generación de niños mutantes tecnológicamente hablando que jamás sabrán quiénes eran Los payasos de la tele, lo que era bajar a la calle para jugar al fútbol con chapas y tampoco conocerán el maravilloso y gordo libro de Petete, ese gran ¿pollo/pato? que lo sabía 'to'. Pero to, eh, tú tenías cualquier duda y tu madre te decía: "Pregúntale a Petete, en él hallarás la respuesta" (sólo faltaba que culminase la frase con un "sigue al maestro, pequeño Padowan").

Y es que es así, amigos, nuestros sobrinos, hijos (míos no, gracias) y demás especímenes de menos de 12 años jamás conocerán lo que son los juguetes de verdad. Y cuando digo "de verdad" me refiero a esos que nos hacían restregarnos por el suelo, saltar hasta que nos explotase el corazón y tuviésemos las mejillas al rojo vivo y los que nos daban pequeñas descargas cuales cirujanos expertos en la materia. Parece que hablase como nuestros abuelos, pero, en serio, han cambiado mucho las cosas desde que la tecnología entró en nuestras vidas y decidió quedarse.

¿Qué se piden los niños de hoy en día? Su carta a los Reyes Magos, Papá Noël y todo ser que diga de traerles regalos en Navidad está llena únicamente de chismes con botones y cables y más cables (bueno, ahora no, que con este del Wifi y el bluetooth y todas estas tecnologías varias, no hacen faltan ni cables). Ahora, la carta de un niño quedaría tal que así: PS3, WII U, XBox, Wall of Craft, Grand Theft Auto... No entendéis nada, ¿a que no? Yo tampoco. Cuando tenga un hijo, le diré que me escriba la carta y con ella tendré que ir a una juguetería y decirles: "Quiero esto y no me haga leerlo, porque yo sólo hablo castellano. Gracias".

Pero es que las niñas no se quedan atrás, no. Dónde habrán quedado esas colecciones de Barbies, Nancys, Nenucos, Barriguitas y PiniPones que todas teníamos. Cada muñeca más bonita que la anterior. Sus melenazas rubias y brillantes, sus vestidos de princesas, sus sonrisas Profident... Pues no, amigos, ahora las niñas de hoy están en otra onda. Una onda más moderna, o eso dicen, porque a mí que me expliquen qué tienen de bonito unas muñecas que son zombies. Sí, queridos, zombies, con cicatrices en la cara, la piel verde putrefacta y la ropa rota. Yo intento ser empática y llegar a entender la belleza de tales muñecos, pero belleza, lo que se dice belleza, no se la encuentro por ninguna parte. A nosotras nos regalaban la peluquería de la Barbie y cogíamos a esa muñeca de piernas largas, la sentábamos ante el tocador y le hacíamos más moños que a Yurena en Sálvame (guiño, guiño). Sin embargo, eso ya debe ser cosa de abuelas pochas, porque, en la actualidad, lo que se lleva es tener 7 años y pedirse un iPad con un juego con el que cortar y destrozar la cabellera de una linda muñequita. Como lo oís, ¿cómo va a ser igual peinar a la Barbie de forma real a tocar una pantalla fría y mover los dedos a modo de tijera para cortarle las puntas? Nada, que no me entra, lo mire por donde lo mire...

Por eso, en la noche en que el primero de los regaladores navideños llega a nuestras casas, he decidido volver a escribir la carta que yo siempre hubiese querido que los niños de hoy en día escribiesen y así vieran, de verdad, que no todo es sentarse en el sofá y quedarse bizcos con tanto mandito delante de la tele. Mi carta (y la de muchos de vosotros seguro que también) sería tal que así:
  • Barbie Doctora y su clínica veterinaria: muñeca preciosa donde las haya, con sus miles de accesorios, imprescindibles todos ellos. Me pido a la Doctora, pero si, por algún casual, consideraseis que he sido muy, muy, muy buena, me pido también su coche descapotable, la mansión y la carroza (con Ken incluido).
  • Un balón de fútbol: para saber lo que es salir a correr con una pelota entre los pies, caerte, desollarte las rodillas y que tu madre te grite por la venta: ¡¡Alba!! ¿¿Qué haces?? ¡¡Sube pa' casa ahora mismo que te limpie esa herida, que se te va a infectar!!
  • Juego Operación: sí, amigos, siempre me quedé con las ganas de tener ese gran juego, en el que te convertías en un cirujano de prestigio y debías sacarle al paciente todas las cosas malas que tenía dentro de su cuerpo: desde gafas en el estómago hasta huesos de perro en el hígado. Muy raro todo, sí, pero molaba. Me lo pedí durante todos mis años de infancia y nunca llegó. En vez de ese, mis queridos Reyes Mayos decidieron un año "echarme" un juego interactivo llamado Quique Tembleque, un ciempiés que sostenía bolas y sólo funcionaba si te reías a carcajadas. Imaginaos a los 5 minutos de forzar unas carcajadas que no salían por sí solas. Nada, éste no os los recomiendo.
  • Un libro: pero un libro físico, nada de eBook, para acostarme por las noches y leer con la lamparita mientras mi madre grite: ¡¡Alba!! ¡¡Apaga ya la luz, que mañana hay cole y no habrá persona humana que te levante!!"

Pediría muchas cosas más, pero no soy avariciosa y sé que los Reyes Magos este año andan algo hasta el cuello con esta jodida crisis. Ya veis, amigos, hasta la mismísima sangre real se ve empañada por estos momentos crisiles... Desde aquí, y con este pequeño guiño nostálgico a nuestra infancia, os quiero desear UNA MUY FELIZ NAVIDAD PARA TODOS Y CADA UNO DE VOSOTROS que, aun faltando siempre personas importantes en nuestras vidas, nos merecemos pasar unas fiestas en paz, divertidas y disfrutando de los más peques de la casa, que, aunque se pidan tantas maquinitas, qué le vamos a hacer, los tiempos cambian, pero recordad, habladles como nos hablaron a nosotros: "Yo, cuando era pequeño, no existían esas cosas y nos divertíamos igual... bla bla bla..." Ahora les entendemos, ¿verdad?

Sed felices,

Alba.

viernes, 26 de octubre de 2012

Porque madre no hay más que una

Sí, y menos mal, porque llego a tener dos como la mía y ya estoy colgada de un pino. O de una encina. O cortándome las venas con la cuchilla del baño. O. O. O. Pensaréis que soy muy dura, pero es que mi madre también lo es. Ahora empiezo a explicarme el motivo por el que le ha salido una hija tan amable, pero un tanto criticona y con ciertos puntos de locura transitoria (o no tan transitoria). Ya sabéis, con nosotras también se cumple eso de "de tal palo, tal astilla": igual que nos parecemos físicamente (sí, queridos, todos mis amigos me dicen que soy el calco -facial- de mi querida progenitora, porque lo que viene siendo el cuerpo, con sus curvitas guitarriles varias, provienen de tierras gallegas paternas...), también somos clavaditas en personalidad. Ella se empeña en que no, en que mis esporádicos y a la vez que temidos arranques de mala leche los he heredado de mi padre, pero se confunde. Se equivoca de cabo a rabo. Y quienes nos conocen bien (o no tan bien) lo saben. 

Como dos gotas de agua, sí. Dos calcos. Y, como clones que somos, hoy me la ha clavado. Una de esas puñaladas que, días después, aún duelen en lo más profundo del sistema circulatorio y motor. Hoy mi madre ha sido igual de criticona y porculera que yo, su hija, ese ser nacido de sus entrañas hace escasos 25 años. Yo, su "cosita", su "linda" y todo lo que ella decide llamarme en sus momentos materno-amorosos he sido vapuleada por su persona.

Ya os estaréis preguntando el por qué de tanto revuelo: "Con lo buena que es tu madre, por Dios, te quejas de vicio", "Alba, tú dices 'bi' y al segundo tienes una 'bicicleta', que dices 'zapa' y a los cinco minutos aparecen dos 'zapateros' en tu habitación" (Pedro, ésta va por ti, aunque seguro que ya te has reconocido en estas palabras...). Que sí, que mi madre es un amor y todo lo que queráis, pero cuando descarga, lo hace con toda su fuerza titánica:

"Alba, hija mía, no me extraña que no te llamen de ningún trabajo, viendo la foto que tienes puesta en el currículum... No pareces tú, tienes una expresión rara, sales bizca y despeinada. Y, además, (y por si esto no fuera poco, my friends) ni siquiera se te ven los ojos claros; están oscuros, como marrones. Jajajajajajajajajaja." (Entendéis que esas son las carcajadas posteriores de mi susodicha progenitora tras soltarme dicha perla. Perlote de Majórica.)

¿Cómo lo veis? ¿Cómo os coméis tal plato de pasta indigerible? ¿Pero una madre no estaba para decir lo guapas que son las hijas full time in everywhere? ('A todas horas y en todas partes', que a veces me arranco por soleares y me da por escribir con poliglotismos varios.) Pues la mía no, amigos, la mía está para ser sincera con su lucero del alma. O sea yo. Para tener una sinceridad con mi persona aplastante. Lapidaria. Mortal de necesidad. Y digo yo (y eso que tengo abuela) que una no está tan mal, ¿no? Que mis defectillos tengo, claro, pero aquí la Rubia Neurótica que suscribe aún despierta algún suspiro que otro entre la población masculina... Aunque no sé ni cómo soy capaz de levantarme tanto la moral, cuando debería tenerla por los suelos después de tal jarro de agua fría por parte de mi madre. Sé que me repito, que soy muy pesada, lo sé, pero es que me lo ha dicho MI MADRE. MI-MA-DRE.

Muy fuerte todo, sí. Pero es que la cosa no acaba aquí. ¿Qué os pensabais?  Es mi madre y somos igualitas, así que no se iba a quedar conforme con decirme UNA vez lo poco agraciada que soy, no. La mujer se ha regodeado en su comentario dos y tres y cuatro veces, hasta llegar al momento crucial de meter a mi padre también de por medio (como si el pobrecito mío, que es un santo varón -quitando que fuma y que no me hace caso para ponerse a dieta- no tuviera suficiente con vivir con dos mujeres como nosotras). Pues sí, queridos, va mi santa madre y no se le ocurre otra cosa que soltar por esa linda boquita de piñón que tiene (y no sé si para intentar arreglar el estropicio que acababa de montar con su adorado retoño) la siguiente -y segunda- perla de la tarde: "Tu padre también vio ayer la foto y pensó exactamente lo mismo. Que sales bizca, vamos".

Gracias, mamá. Gracias, papá.

Ante tal comentario, y siendo todo lo buena persona que puedo llegar a ser en ese momento en el que podría haber explotado -en el sentido más literal de la expresión-, decido decirle a mi madre: "Mamá, very strong todo lo que me estás diciendo, pero no te preocupes, que tengo otra foto de carnet, más actual, además, y te la voy a dar para que la lleves en la cartera".

(Diálogo acontecido inmediatamente después de mi gran idea de darle OTRA fotografía a la "crítica constructivista" de mi madre):

- Ésta me la hice hace unos meses y te aviso que todo el mundo que la ha visto me ha dicho que salgo guapísima.

- Pues como sea como ésta...

- ¬¬' (Esa es mi cara mientras voy a mi habitación a coger, con toda mi buena voluntad y amor hacia esa mujer que me dio la vida un 23 de febrero, la OTRA foto).

- (La coge, se la acerca a la cara, la vuelve a alejar -porque no ve un carajo con las gafas progresivas-, la vuelve a acercar... Y se ríe. Se ríe a carcajadas. OTRA VEZ. Mi madre riéndose DE MÍ otra vez).

- ¡Pero si en esta estás igual! ¡Tienes algo raro en la mirada! (A la vez que intenta gesticular mi pose de horas ensayadas en el espejo haciendo un movimiento como de subida de cejas -cuando yo el tic a lo Carlos Sobera no lo he tenido en la vida. Lo he intentado, sí, pero todos han sido momentos infructíferos en mi carrera como imitadora profesional).

- Pues Tam me dijo el otro día que salgo guapísima, que SOY guapísima y muy fotogénica.

- Jajajajajajaja. (Más risas. De mi madre).

- Jajajajajajaja. (Más risas. De las dos juntas.)

A ver, qué voy a hacer si no... ¿Lloro porque mi madre piense que tiene una hija con la mirada algo distraída? ¿Lloro porque mi madre me ha comparado con dos grandes de este país, como vienen siendo Leticia Sabater y El Dioni? Pues no, me río. Me río con ella. Las dos juntas, que pocas veces pueden darse esos momentos de complicidad entre madre e hija, donde las carcajadas no cesan por no parar de escuchar reir a la otra. La persona más importante de mi vida.

P.D.: Ahora ya sabéis de quién he sacado esa pequeña picardía para con los demás: de mi querida madre. Y de sus comentarios. Yo también te quiero, mami.

P.D.: Y ahora, por favor, sed benévolos con mi persona y decidme que mis padres están confundidos y que los que ven dos ojos, uno mirando pa' Cuenca y otro pa' Valladolid, son, en realidad, ellos, que ya tienen el mal de la vista cansada. O cualquier otro defecto que me dé la razón. Me haríais sentir mucho mejor. Gracias.


miércoles, 13 de junio de 2012

Restrospecciones varias: Cómo veía mi vida a los 25

Exitosa, brillante, con futuro. Así veía yo mi vida cuando me hacía una imagen mental de mi life a los 25 años. Pues bien, ahora no sólo con 25 años, sino con 25 años y medio (oye, que son seis meses más, ya estoy más cerca de eso que no quiero nombrar y que empieza por trein... ¡Ahí  me quedo!) no tengo, ni por asomo, lo que había planeado para mi persona. Pero nada de nada. Na-da.

Hoy, tras visitar la casa que comparte mi amiga Chamorriniqui con su súper novio perfecto (una de mis grandes virtudes es degenerar apellidos y apodos de todo el mundo hasta conseguir un mote que sólo use yo, por eso de sentirme siempre especial, ya sabéis) y tras mantener una de nuestras profundas conversaciones (que son muchas y muy variadas, pero siempre acabamos hablando de lo desgraciada que soy y lo mal que me va todo), me ha hecho pensar, una vez más, en que mi vida es, cómo denominarlo, una auténtica mierda.

Ni exitosa, ni brillante, ni siquiera con futuro veo ahora mi vida. De verdad que no me quejo de vicio, que he hecho todas las cosas que había que hacer para tener ahora un "algo" de ensueño, pero no, esta jodida crisis ha acabado con todas mis esperanzas de ser una tía guay (y cuando digo guay, me refiero a ser una ejecutiva sexy y con poder, cómo me auguraba Rachel a los 17, cuando nos pirraba el calimocho en las noches de verano. Dios, qué mayor soy... Ahora voy a coctelerías a tomarme una "caipiroska alla fragola". Muy de afterwork, sí. Es que yo siempre he sido muy chic. Sin pasta para pagar esos cocktails, pero chic. Que me quiten lo bailao).

Algunos pensarán que no he hecho lo suficiente, pero si con una licenciatura, dos másteres, otra carrera en camino y tres idiomas no es bastante, decidme qué es lo que tengo que hacer, en serio, porque algo se me escapa. Ni pedante, ni arrogante, ni nada, es mi currículum, sin más, pero vamos, debe ser que tanto estudio no vale para nada, y lo que vale es dar el espectáculo en Gran Hermano, enseñando los pechiminis y soltando tacos por mi boquita de piñón (no creáis que no lo he pensado).

Bueno, a lo que iba y por lo que quería escribir todo esto: ¿Cómo veía mi vida con 25 años? Claro, esta pregunta me la hacía yo con 15, cuando me pensaba que los veinteañeros eran unos puretas, casados y con hijos. Yo, que soy muy Antoñita, la Fantástica, no me conformaba con cualquier cosa, así que, ni corta ni perezosa (mira, ese rasgo de la personalidad no lo he perdido, a veces, soy corta y perezosa), me veía tal que así (Ficción):

"Periodista de prestigio sexy subida a unos altísimos tacones, con un ático-dúplex-con terraza (además de con biblioteca y, cómo no, vestidor) en el centro y viviendo en pareja con mi maravilloso, inteligente, divertido y bien posicionado morenazo (lo de casada aún lo veía un poco lejano). ¡Ah! Y con un gatito que se fuese a enrollar en mis piernas al llegar a casa con los pies molidos por los 13 cm que me sostenían desde las 7 de la mañana." 

¿Cómo me veo, ahora, a los 25 años? (Realidad):

Periodista, sí, pero sin trabajo, sin ático-dúplex-con terraza en el centro y, por supuesto, sin novio perfecto y gato, respectivamente, esperándome en casa. Ni siquiera tengo un mísero estudio donde independizarme o un trabajo "digno" (véase Burger, Telepi o similar). Bueno, al menos tengo un enorme zapatero con una gran colección de tacones de 13 cm, eso sí (pero ninguno de Manolo Blahnik, Jimmy Choo o similar).

Pero bueno, como soy una persona nada conformista y muy optimista, aunque últimamente parezca lo contrario (qué queréis, me he quedado sin novio y sin trabajo dos veces en los últimos seis meses), he decidido poner remedio a esta situación. Sí, tras mucho esperar a que el señor Rajoy viniera a "rescatarme" (guiño guiño) de esta amargura constante y ver que se ha debido olvidar de su rubia favorita, he pensado coger yo el toro por los cuernos (creo que nunca me gustó esta expresión tan taurina... ¡Qué soez! Coger a alguien por los cuernos es regocijarse en las infidelidades del otro....), así que he hecho una lista con las "cosas" que, hoy en día, puedo hacer para triunfar, porque yo, señores, tengo que triunfar, en algún momento de mi vida, pero tengo que hacerlo. Es como las promesas esas de "qué tienes que hacer antes de morir": plantar un árbol, escribir un libro y casarte. Bien, de momento no he hecho ninguna de las tres, y encima me pongo una más: triunfar (pero las conseguiré, las cuatro, lo sé. Autoconvencimiento personal, recordad).

Es una lista básica para todos aquellos que queréis tener un puesto especial en esta nuestra sociedad perfecta, y yo, como soy la mar de generosa, he decidido compartirla con vosotr@s (compartir es vivir, como decía mi madre cuando no quería dejar mis juguetes en el parque). Así, que, chic@s, tomad nota, os hago partícipes de mi sabiduría infinita:

  • Ser concursante de Gran Hermano: es muy sencillo, sólo tenéis que montaros durante tres meses (bueno, a este paso la próxima edición durará unos cuatro años y medio) un papel (bueno, más que papel, personaje disparatado y/o freake), interpretarlo a la perfección y hasta sus últimas consecuencias y voilà, futuro asegurado, ya sea como colaborador en la televisión o como freaker profesional haciendo bolos por las discotecas, pero triunfar, triunfáis. (Hasta ahora es la opción que más me está convenciendo de toda la lista.)

  • Liarse con un famoso, pseudo-famoso o similar: esta es la opción más fácil de llevar a cabo para llegar a nuestro objetivo: triunfar. Dependiendo de nuestro físico, podremos aspirar a unas celebrities u otras, pero, no os preocupéis, siempre quedarán personajes como Leticia Sabater, que les da igual que seas "alto o bajo, gordo o flaco, con dinero o si no tienes dónde caerte muerto", que te harán un hueco en su corazón (por favor, si no os lo creéis, ved este vídeo, y si os lo créeis, también, vedlo, es una orden). Para esta estrategia hacia el éxito, sólo necesitáis un poco de estómago (el tamaño dependerá de lo fea que sea la socialité a conquistar), mucho morro y buenas piernas que aguanten las idas y venidas de platós que tendréis que soportar.

  • Hacerse político: corrupto, se entiende. Nada de política honrada, que si vas de bueno, te quedas en el camino y, al final, no triunfas, y todo esto es para conseguir una carrera con éxito, recordad. A ver, sólo necesitáis un traje de chaqueta (unisex, que ahora la moda masculina se ha extendido mucho), una cartera de piel (si es de Loewe o Hermès, mejor, cuanto más grande y más cara sea, más poder denotará) y mucha cara (o jeta, para que nos entendamos). Eso sí, debéis perfeccionar mucho la mentira, porque a la mínima, se os cazará y os cambiarán por otro más mentiroso todavía.

Hasta ahora, sólo he pensado en estas tres, pero son, sin duda, las más efectivas hacia una carrera de éxito en este país. Economistas, abogados, ingenieros de caminos, no estudiéis y hacedme caso, que con estas tres reglas básicas no os hace falta más. Yo ya estoy apuntada para la próxima edición de Gran Hermano, me estoy camelando a Leonardo Dantés para que me dé una cita y estoy yendo a un "curso de mentirosos profesionales para ascender en política". ¡Voy a convertirme en una mujer de éxito! ¡Y con poco más de 25 años!

martes, 12 de junio de 2012

Porque las desgracias nunca vienen solas

"Las desgracias nunca vienen solas". Qué gran frase. Corta, contundente, lapidaria. Con más razón que un santo. Es cierto, amig@s, los infortunios y la mala suerte no vienen solos, siempre llegan  acompañados de otras muchas cabronadas para hundirte aún más en la mierda, si cabe. (Dios, auguro un post negro, muy negro, casi tanto como las nubes que me están tapando la luz natural del sol por momentos. ¿Serán un signo de mi estado de ánimo?)

Yo, que soy una Rubia Neurótica, pero que, a mi vez, soy una de las personas más optimistas y vitalistas que conozco, y yo, esa que tampoco necesita mucho para ser feliz y que, aun teniendo abuela, no me hace falta para mirarme al espejo de vez en cuando y pensar "Qué buena estás, Alba", estoy empezando a pensar que las desgracias son tan amigas de otras desgracias que cuando ven a alguien mal (en este caso, mi persona), deciden acudir todas a una. Pobrecitas, son tan amigas que se quieren para lo bueno y para lo malo, así que nunca caminan en solitario, siempre juntitas, juntitas, juntitas...

La verdad es que tengo que reconocer que, aunque muchos piensen lo contrario, no soy de esas personas que han nacido con una puta flor en el culo. Esas personas a las que todo les sale bien y son felices en su perfecto mundo, con su novio perfecto, su trabajo perfecto y su vida perfecta... Ya veis, a mí, desde pequeñita, esa flor en el culo con la que debí nacer, se marchitó cuando yo tendría dos añitos y me caí desde lo alto de un tobogán en Mallorca, de vacaciones. Sí, amig@s, apenas contaba con 24 meses en mi haber y recuerdo perfectamente la estampa. ¡Qué hostión me pegué! Ni os lo imagináis... Estoy convencida, desde entonces, que mi flor decidió que era una auténtica pérdida de tiempo gastar sus días para que la suerte no desapareciera de mi vida, así que cedió su testigo a la puta desgracia (y a sus amigas, porque, ya sabéis, nunca van solas). Creo que, incluso, nos hemos hecho friends y todo (las desgracias, además de no venir solas, unen).

No os quiero aburrir (aunque eso sería imposible, porque mi vida es apasionante, la miréis por donde la miréis, con desgracias incluidas), así que no os voy a contar la serie de catastróficas desdichas que me persiguen desde que nací un 23 de febrero de 1987 (hasta para nacer elijo una fecha importante ¿o desgraciada?). Con tan sólo dos hechos vais a ver que yo, la Rubia Neurótica, podría ganar el Premio a la Solidaridad por los Damnificados de la Mala Suerte (vale, ahí va):

Yo, Alba P. Corpas, he perdido trabajo y novio en menos de una semana. Dos veces. En lo que va de año. Y estamos a principios de junio. Haced cuentas, en menos de seis meses he tenido tiempo de quedarme en paro, que me deje un chati, encontrar trabajo, encontrar a otro chati, perder ese trabajo y perder al segundo chati. Todo en menos de cinco meses y medio... ¡Récord donde los haya!

(De verdad, la gente que no me conoce me felicita muchísimas veces por "la imaginación desbordante que tengo para escribir..." No, señores, soy así de desgraciada por naturaleza. No me invento nada. Estas cosas me pasan. De verdad.)

 Lo más gracioso es la forma en la que pierdo las cosas. En los dos trabajos me han dicho prácticamente lo mismo: "Oh, Alba, vales mucho, vales mucho más que mucho, pero ahí tienes la puerta". En el segundo, incluso (palabras textuales) me reconocieron lo siguiente: "Oh, Alba, vales mucho, vales mucho más que mucho. Eres especial y te voy a decir una cosa: Eres la única persona de esta oficina que jamás, repito, jamás, ha perdido la sonrisa ni un solo día. Es de agradecer llegar y ver a alguien que siempre te espera con una sonrisa, y ya es difícil sonreír aquí. Te felicito por tu humor y tu optimismo, y espero que no lo pierdas nunca". Sí, pero a la calle. Estas palabras tan "especiales" hacia mi persona ocurrieron 5 segundos después de haber firmado el peor y más humillante finiquito de mi historia como empleada de este nuestro querido país, tan próspero y lleno de oportunidades para los jóvenes. Pero, oye, al menos, debo de tener una sonrisa preciosa, ¿no?

Y de los chatis... ¿Qué hablar de los chatis? Llamémosles Pepito 1 y Pepito 2, ambos de por ahí, uno del norte, otro del sur (Dios, se me está viniendo a la cabeza el anuncio de cerveza de "Quiero un poquito de sur para no perder el norte" Irónico, verdad?), ninguno madrileño, como la que suscribe, pero bueno, eso nunca supuso un problema para mi persona ("Mejor. Así me dejan los findes sola para salir con mis amigas. Un problema menos"). Ja. Me río yo de no tener problemas. Ambos opuestos (uno rubio, otro moreno; uno morenísimo de piel, otro lefotazo; uno viejuni, el otro, niñato), pero oye, los dos se pusieron de acuerdo para desaparecer. Sí, desaparecer. Sin más. Ambos dijeron un "Luego te llamo" y aún estoy esperando (hablo desde la más absoluta ironía, obviamente, no llevo esperando tres meses la llamada; al segundo mes ya me cansé de esperar algo que no iba a llegar nunca... Cri cri... cri cri...)

Esto no viene mucho a colación del tema que me ocupa hoy, pero, o lo digo o reviento: Hombres de mi vida (menos mi padre y demás familia): os odio. Os odio tanto (Nota mental: post sobre los cafres/capullos que han pasado por mi vida -aunque quizás sea demasiado largo, probablemente lo tenga que dividir en dos. O tres-) os deseo que os peguen ladillas, cuanto menos, pero oye, sin rencor, eh...

Pero, ¿sabéis qué? Que gracias a escribir todo esto, el optimismo ha vuelto a mi vida. Soy una persona vitalista y, por qué no, feliz. Feliz de que mis desgracias nunca vengan solas, porque cuantas más sean y más grandes, más me harán reír cuando consiga superarlas y verlas desde la distancia y, creedme, no sé si por actitud positiva o intento de no caer en una depresión constante, las desgracias las olvido rápido, porque regocijarse en los aspectos negativos de la vida, no hace más que jodernos las cosas buenas que, probablemente, nos estemos perdiendo. ¡Trabajo soñado y hombre de mi vida y futuro padre de mis hijos (cuatro, por lo menos), esperadme, ¡que ya llego!