Spray seco anticelulútico y quemador de grasas, de Deliplus: "Cuanto más te mueves, más quema". Toma ya. Ahí tenéis mi nueva adquisición (El nombre es extra largo, pero verídico). Soy lo peor, lo sé. Hace apenas dos días, estaba escribiendo sobre la indignación que me provocan estos productos milagro que, por supuesto, no sirven para nada. Y ale, ni 48 horas después, vuelvo a sucumbir... ¡Esta sociedad consumista y desgraciada va a acabar conmigo! (y con mi bolsillo).
Pero tengo muchos argumentos a mi favor (soy periodista, razones para convencer nunca me faltan) de que he hecho una buena compra. No pienso arrepentirme. (¿Segura? Mierda, ya lo estoy haciendo). La primera y más importante de todas es: que es del Mercadona. Sí, sí, del Mercadona. ¿Alguien conoce algo de ese maravilloso establecimiento que no nos guste? Ale, os dais por contestados. Y, por si fuera poco, al hecho de que sea un producto "Mercadonil", le sumamos su precio: vamos, una ganga. Sólo 7,25 €, no me digáis que no estaba ahí, preparada para mí. De hecho, mejor aún, 7,25 € que le costaron a mi madre que, por cierto, me encanta ir a hacer la compra con ella, ya que "arraZo por donde paZo" (guiño guiño).
Sigo con mis argumentos varios de por qué he hecho la mejor compra de mi vida (sin autoconvencimiento, no se llega a ninguna parte): la dependienta. Esa pequeña gran mujer que se encuentra en las esquinas de toda tienda de cosmética que se precie, y que te adula con su querido y ya conocido por todos "¿Puedo ayudarte en algo?", y entonces todos respondemos (venga, al unísono): "No, gracias, estoy mirando". Pues convencida total de mí misma de que mi respuesta iba a ser efectiva, no tuve suerte. Me tocó una dependienta eficiente, de esas cansinas que las muy jodías saben vender. Y claro, ahí estaba yo, mirando todos los potingues milagro (sí, esos que no sirven para nada) y me vino con el dichoso productito. Ahí estaba, en la cabecera del lineal, negro y dorado, en su cajita deluxe (porque es un productazo) y me enumeró todas las propiedades beneficiosas y verdaderas que tenía el dicho sérum.
"No gracias, si sólo estaba mirando, de verdad". Pero no, la guerra entre consumidora sin un duro versus dependienta que va a comisión es dura, y claro, aquí la consumista neurótica por excelencia (o sea yo) tenía todas las de perder. Ella lo sabía y por eso insistía. Me veía cara de comprar todo lo que cae en mis manos y, obvio, no iba a dejar pasar esa oportunidad.
("Total, en el fondo puede que funcione. Tiene buena pinta, la verdad. Y, por probar, está regalado de precio. No pierdo nada... Habiéndome gastado cientos de euros en otras cremas más caras y que, of course, sólo han servido para que mi cuenta de ahorros baje, ¿cómo no voy a probar ésta? Venga, sí, si voy a ser constante, de verdad. Las otras no han funcionado porque no hacía bien el tratamiento, pero esta vez, sí, lo sé. Funcionará".)
Tenía razón: vio potencial en mí y dejó que expresase mi amor por quemar la Visa. Al final, no sólo compré (bueno, mi madre) el dichoso anticelulítico, sino que también arramplé con una crema con "un toque de luminosidad" (un potingue con kilos de brillantina, que parece que he salido de Fiebre del sábado noche), un pintauñas rosa (como los 30 ó 40 que ya puedo tener en casa) y, lo mejor y más práctico de todo, un cepillo de dientes manual (de los del todo a cien de toda la vida), cuando uso diariamente un bonito cepillo eléctrico (pero, oye, probablemente me venga bien cuando viaje al extranjero y allí no funcione la clavija del enchufe de mi súper cepillo dental).
No soy una persona fácilmente influenciable (¿o sí?). De hecho, siempre se acaba haciendo lo que yo digo (bueno, casi siempre), pero en el tema de las compras, es lo que hay: son mi pequeña y cara debilidad. Pero, oye, no pasa nada, ¡que esta compra ha sido la mejor que he hecho nunca y, además, pagó mamá!