jueves, 31 de mayo de 2012

Autoconvencimiento personal: las cremas milagro sí funcionan

Spray seco anticelulútico y quemador de grasas, de Deliplus: "Cuanto más te mueves, más quema". Toma ya. Ahí tenéis mi nueva adquisición (El nombre es extra largo, pero verídico). Soy lo peor, lo sé. Hace apenas dos días, estaba escribiendo sobre la indignación que me provocan estos productos milagro que, por supuesto, no sirven para nada. Y ale, ni 48 horas después, vuelvo a sucumbir... ¡Esta sociedad consumista y desgraciada va a acabar conmigo! (y con mi bolsillo).

Pero tengo muchos argumentos a mi favor (soy periodista, razones para convencer nunca me faltan) de que he hecho una buena compra. No pienso arrepentirme. (¿Segura? Mierda, ya lo estoy haciendo). La primera y más importante de todas es: que es del Mercadona. Sí, sí, del Mercadona. ¿Alguien conoce algo de ese maravilloso establecimiento que no nos guste? Ale, os dais por contestados. Y, por si fuera poco, al hecho de que sea un producto "Mercadonil", le sumamos su precio: vamos, una ganga. Sólo 7,25 €, no me digáis que no estaba ahí, preparada para mí. De hecho, mejor aún, 7,25 € que le costaron a mi madre que, por cierto, me encanta ir a hacer la compra con ella, ya que "arraZo por donde paZo" (guiño guiño).

Sigo con mis argumentos varios de por qué he hecho la mejor compra de mi vida (sin autoconvencimiento, no se llega a ninguna parte): la dependienta. Esa pequeña gran mujer que se encuentra en las esquinas de toda tienda de cosmética que se precie, y que te adula con su querido y ya conocido por todos "¿Puedo ayudarte en algo?", y entonces todos respondemos (venga, al unísono): "No, gracias, estoy mirando". Pues convencida total de mí misma de que mi respuesta iba a ser efectiva, no tuve suerte. Me tocó una dependienta eficiente, de esas cansinas que las muy jodías saben vender. Y claro, ahí estaba yo, mirando todos los potingues milagro (sí, esos que no sirven para nada) y me vino con el dichoso productito. Ahí estaba, en la cabecera del lineal, negro y dorado, en su cajita deluxe (porque es un productazo) y me enumeró todas las propiedades beneficiosas y verdaderas que tenía el dicho sérum.

"No gracias, si sólo estaba mirando, de verdad". Pero no, la guerra entre consumidora sin un duro versus dependienta que va a comisión es dura, y claro, aquí la consumista neurótica por excelencia (o sea yo) tenía todas las de perder. Ella lo sabía y por eso insistía. Me veía cara de comprar todo lo que  cae en mis manos y, obvio, no iba a dejar pasar esa oportunidad.

("Total, en el fondo puede que funcione. Tiene buena pinta, la verdad. Y, por probar, está regalado de precio. No pierdo nada... Habiéndome gastado cientos de euros en otras cremas más caras y que, of course, sólo han servido para que mi cuenta de ahorros baje, ¿cómo no voy a probar ésta? Venga, sí, si voy a ser constante, de verdad. Las otras no han funcionado porque no hacía bien el tratamiento, pero esta vez, sí, lo sé. Funcionará".)

Tenía razón: vio potencial en mí y dejó que expresase mi amor por quemar la Visa. Al final, no sólo compré (bueno, mi madre) el dichoso anticelulítico, sino que también arramplé con una crema con "un toque de luminosidad" (un potingue con kilos de brillantina, que parece que he salido de Fiebre del sábado noche), un pintauñas rosa (como los 30 ó 40 que ya puedo tener en casa) y, lo mejor y más práctico de todo, un cepillo de dientes manual (de los del todo a cien de toda la vida), cuando uso diariamente un bonito cepillo eléctrico (pero, oye, probablemente me venga bien cuando viaje al extranjero y allí no funcione la clavija del enchufe de mi súper cepillo dental).

No soy una persona fácilmente influenciable (¿o sí?). De hecho, siempre se acaba haciendo lo que yo digo (bueno, casi siempre), pero en el tema de las compras, es lo que hay: son mi pequeña y cara debilidad. Pero, oye, no pasa nada, ¡que esta compra ha sido la mejor que he hecho nunca y, además, pagó mamá!

martes, 29 de mayo de 2012

Por qué lo llaman 'adelgazar sin esfuerzo' cuando quieren decir 'muérete de hambre'

"Sonríe y adelgaza sin esfuerzo". "Baja dos tallas comiendo lo que quieras". "Cinco kilos menos sin renunciar al chocolate". "Gana la batalla a la operación bikini sin sacrificar los pequeños placeres de la vida". AN-DA-YA. Me río yo de los miles de titulares que he tenido que leer últimamente en las revistas femeninas que me dan de comer mensualmente (o ya no, pero de eso hablaremos más adelante).

A veces me pregunto si este tipo de publicaciones (repito, que me apasionan y, de hecho, son mi trabajo) se piensan que las mujeres somos tontas (y cuando digo mujeres me refiero a mujeres de verdad, chicas que ves por la calle todos los días, y no Irinas Shayk y Mirandas Kerr. Inciso: ¿Alguna vez las habéis visto paseando al perrito o yendo al supermercado? No. Pues entonces, para mí, no existen.) (Me lo creo yo misma y todo cuando lo digo.)

Vamos a ver, que levante la mano (o en su defecto, deje un comentario) quien haya perdido cinco kilos (qué cinco, me aventuro a decir que kilo y medio) sólo con ser feliz y sonreír. AN-DA-YA (Bis). Yo soy una persona la mar de happy (sin perder ese punto de neurótica, que si no, no sería yo) y estupenda con la vida y, oye, mis cinco kilitos de más no me los quita nadie, ni siquiera la mayor de las felicidades en su punto máximo.

¿Y qué es eso de "come lo que quieras y adelgaza"? Como buena amante del chocolate que soy (no quisiera ser egocéntrica, pero creo que soy la fan número uno de ese pequeño placer dulce), digo públicamente que, muy a mi pesar, el chocolate no adelgaza. Ni un mísero gramo, además. Fíjate que una vez (ingenua y queriendo autoconvencerme de que era verdad), quise hacer caso a una de estas dietas milagro de las revistas, donde te animaban a comer todo el chocolate que se te antojase. "Tú come, come, que cuanto más comas, mejor estarás". Sí, estaba mucho mejor, mucho mejor comprando una talla más de pantalón, porque los míos me hacían parecer una morcilla de Burgos embutida y, por si eso no fuera poco, con la cara llena de granos (Oh, my god! Alba, no recuerdes esto nunca mais).

Como asidua a la comida sana (sin renunciar a los pequeños placeres de la vida que, sí, señores, engordan) os digo lo que todos ya suponíais (porque no somos tontos): Las dietas milagro no existen. Ojo, que no hablo sin saber y aventurándome como si nada que, repito, he probado de todo, y lo único que funciona es comer sano, tragar menos y matarte en el gimnasio. Lo siento por los conformistas y los seguidores a pies juntillas de Vogue, pero, sí, amigos, es cierto. La vida es así de cruel.

Así que, desde este espacio, declaro la guerra a las revistas que, por vigésimo octavo año consecutivo, nos quieren engañar con este tipo de reportajes. ¡Somos felices así! Y no, ¡no somos tontos!

lunes, 28 de mayo de 2012

Cuando comienzas a sentirte una 'pureta'

¿Pureta? Pureta. Oh, my God!, va a ser cierto eso de que me estoy haciendo vieja, ¿si no de qué iba a expresarme con una palabra tan de madre?

Pues sí, pues sí, estoy en esa etapa de la vida donde todo a tu alrededor te incita a madurar de una vez por todas (y para siempre). A ver, entendámonos, que aquí la Rubia Neurótica que suscribe apenas cuenta con 25 palos a su espalda, pero ya pesan... (¡y mucho!)

Porque, a ver, yo me pregunto: ¿cuál es la edad idónea para madurar? ¿Se me puede considerar aún una niña o, por el contrario, tengo que hacerme adulta a la fuerza? La verdad es que yo, como muchos, uso mi edad para bien o para mal, a mi antojo. Lo mismo soy la persona más madura del mundo a la hora de dejar que otros deleguen en mí responsabilidades o consejos o, en otras ocasiones, me considero una niña que no sabe hacer la O con un canuto (Véase cuando mi querida madre me manda hacer tareas del hogar que, por si alguien no lo sabe aún, odio profundamente). 

¿Nunca os han dicho eso de "Si eres mayor para unas cosas, eres mayor para otras"? Yo lo escucho una media de unas cuatro veces por semana (o más). Tantas que, sinceramente, creo que me han causado un trauma con la edad y eso tan horrible de cumplir años.

Creo que nadie más que yo lleva tan jodidamente mal el soplar velas. Y sé que ahora muchos (mayores que yo, que haberlos haylos, of course) estarán indignados de escuchar quejarse de su edad a una enana de 25 años, pero... ¿A qué vosotros no os cogisteis el berrinche de vuestra vida (con llanto durante horas incluido) cuando cumplisteis los 20? Pues ea, para que veas que, realmente, lo mío es de psiquiatra.

Pues eso, que toda esta historia es porque, una vez más, me he sentido mayor. Ha sido este fin de semana. Resulta que pasando esos dos maravillosos días en los que no suena el despertador, y te levantas escuchando el cantar de los pajaritos y todo huele bien, y te tiras una hora desayunando y todo es feliz y estupendo, me ha pasado lo peor que podría pasarle a alguien con un trauma tan grande y arraigado como el mío: me han llamado señora. ¿Señora? Señora.

Vamos a ver, mocoso, ¿realmente me ves a mí con cara de mujer adulta con toquilla y bolsito de mano? De verdad, yo tengo clarísimo que cuando tenga hijos, una de las cosas que primero voy a enseñarles es a distinguir entre señoritas y no tan señoritas. Hombre, por Dios, que una ya tiene suficiente con comenzar a dejarse el sueldo en cremitas antiarrugas y potingues varios para eliminar (me río yo de los productos milagro) la celulitis, como para que venga un enano y en menos de dos segundos te quite esa ilusión con la que habías salido de casa (porque ibas monísima después de arreglarte y echarte todas tus cremas) y te diga: "¿Cómo te llamas, señora?" ¿Qué como me llamo? ¿Qué como me llamo? ¡Pues señora no me llamo!

Y después de todo esto, hago un llamamiento a todas aquellas personas que me conocen y a las que no también, para cuando me vean me digan algo así como "¿25? ¡Pero si aparentas 18!"? o "¡Pero qué guapa estás, madre mía!" (sé que ésta última no tiene nada que ver, pero qué queréis que os diga, a nadie le amarga un dulce...

Sí, lo sé, soy una exagerada, pero ya que lo soy, lo soy para todo. ¿O acaso no recordáis quién soy? ¡Soy la Rubia Neurótica!

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(...Aún no me creo que la palabra pureta haya salido de mi persona. Snif Snif. Me estoy haciendo mayor...)

sábado, 26 de mayo de 2012

Lo admito: soy una rubia neurótica. Y feliz.

Me lo dicen tantas veces al cabo del día que, al final, he acabado creyéndomelo. Estoy loca. Lo sé. Vale, me ha costado admitirlo, pero es una evidencia que no puedo negar: soy más inestable que un niño aprendiendo a montar en bicicleta (y sin los ruedines, que siempre ayudan). Ale, ya lo he dicho. ¡Qué liberación mental reconocer algo así!

Para bien o para mal las palabras "loca", "neurótica" y "pesada" forman parte de mi día a día. ¿Qué por qué? Ya lo he dicho antes, porque lo soy. No hay más vuelta de tuerca. "Niña, estás loca", "Vives inmersa en el show de la cabra" (sí, yo tampoco le encuentro el significado a esta expresión sevillana) o -mi favorita- "Alba, tu apellido debería ser Tormenta, de lo rayada que eres" (Ya sé que rallada es con "ll", pero qué queréis, es la gracia -no léxica- de la frase) son algunas de las expresiones con las que mis amigos, familia y demás personas humanas me rinden tributo diariamente.

Así que, con mi calificativo de "loca" a cuestas, he decidido hacerles caso (alguna que otra vez también tengo en cuenta sus opiniones) y he creado este blog para contar todas aquellas reflexiones, pensamientos y anécdotas disparatadas que persiguen a esta "Rubia Neurótica" que suscribe.

Sé que no soy la única desequilibrada (y feliz de serlo) de este rinconcito que llamamos Universo Blogger, así que espero poder hacer reír (o llorar) a todas aquellas personas que, como yo, han decidido sumarse a esa colectividad tan divertida (e inmensa) llamada, cariñosamente, "Locos por el mundo".