martes, 12 de junio de 2012

Porque las desgracias nunca vienen solas

"Las desgracias nunca vienen solas". Qué gran frase. Corta, contundente, lapidaria. Con más razón que un santo. Es cierto, amig@s, los infortunios y la mala suerte no vienen solos, siempre llegan  acompañados de otras muchas cabronadas para hundirte aún más en la mierda, si cabe. (Dios, auguro un post negro, muy negro, casi tanto como las nubes que me están tapando la luz natural del sol por momentos. ¿Serán un signo de mi estado de ánimo?)

Yo, que soy una Rubia Neurótica, pero que, a mi vez, soy una de las personas más optimistas y vitalistas que conozco, y yo, esa que tampoco necesita mucho para ser feliz y que, aun teniendo abuela, no me hace falta para mirarme al espejo de vez en cuando y pensar "Qué buena estás, Alba", estoy empezando a pensar que las desgracias son tan amigas de otras desgracias que cuando ven a alguien mal (en este caso, mi persona), deciden acudir todas a una. Pobrecitas, son tan amigas que se quieren para lo bueno y para lo malo, así que nunca caminan en solitario, siempre juntitas, juntitas, juntitas...

La verdad es que tengo que reconocer que, aunque muchos piensen lo contrario, no soy de esas personas que han nacido con una puta flor en el culo. Esas personas a las que todo les sale bien y son felices en su perfecto mundo, con su novio perfecto, su trabajo perfecto y su vida perfecta... Ya veis, a mí, desde pequeñita, esa flor en el culo con la que debí nacer, se marchitó cuando yo tendría dos añitos y me caí desde lo alto de un tobogán en Mallorca, de vacaciones. Sí, amig@s, apenas contaba con 24 meses en mi haber y recuerdo perfectamente la estampa. ¡Qué hostión me pegué! Ni os lo imagináis... Estoy convencida, desde entonces, que mi flor decidió que era una auténtica pérdida de tiempo gastar sus días para que la suerte no desapareciera de mi vida, así que cedió su testigo a la puta desgracia (y a sus amigas, porque, ya sabéis, nunca van solas). Creo que, incluso, nos hemos hecho friends y todo (las desgracias, además de no venir solas, unen).

No os quiero aburrir (aunque eso sería imposible, porque mi vida es apasionante, la miréis por donde la miréis, con desgracias incluidas), así que no os voy a contar la serie de catastróficas desdichas que me persiguen desde que nací un 23 de febrero de 1987 (hasta para nacer elijo una fecha importante ¿o desgraciada?). Con tan sólo dos hechos vais a ver que yo, la Rubia Neurótica, podría ganar el Premio a la Solidaridad por los Damnificados de la Mala Suerte (vale, ahí va):

Yo, Alba P. Corpas, he perdido trabajo y novio en menos de una semana. Dos veces. En lo que va de año. Y estamos a principios de junio. Haced cuentas, en menos de seis meses he tenido tiempo de quedarme en paro, que me deje un chati, encontrar trabajo, encontrar a otro chati, perder ese trabajo y perder al segundo chati. Todo en menos de cinco meses y medio... ¡Récord donde los haya!

(De verdad, la gente que no me conoce me felicita muchísimas veces por "la imaginación desbordante que tengo para escribir..." No, señores, soy así de desgraciada por naturaleza. No me invento nada. Estas cosas me pasan. De verdad.)

 Lo más gracioso es la forma en la que pierdo las cosas. En los dos trabajos me han dicho prácticamente lo mismo: "Oh, Alba, vales mucho, vales mucho más que mucho, pero ahí tienes la puerta". En el segundo, incluso (palabras textuales) me reconocieron lo siguiente: "Oh, Alba, vales mucho, vales mucho más que mucho. Eres especial y te voy a decir una cosa: Eres la única persona de esta oficina que jamás, repito, jamás, ha perdido la sonrisa ni un solo día. Es de agradecer llegar y ver a alguien que siempre te espera con una sonrisa, y ya es difícil sonreír aquí. Te felicito por tu humor y tu optimismo, y espero que no lo pierdas nunca". Sí, pero a la calle. Estas palabras tan "especiales" hacia mi persona ocurrieron 5 segundos después de haber firmado el peor y más humillante finiquito de mi historia como empleada de este nuestro querido país, tan próspero y lleno de oportunidades para los jóvenes. Pero, oye, al menos, debo de tener una sonrisa preciosa, ¿no?

Y de los chatis... ¿Qué hablar de los chatis? Llamémosles Pepito 1 y Pepito 2, ambos de por ahí, uno del norte, otro del sur (Dios, se me está viniendo a la cabeza el anuncio de cerveza de "Quiero un poquito de sur para no perder el norte" Irónico, verdad?), ninguno madrileño, como la que suscribe, pero bueno, eso nunca supuso un problema para mi persona ("Mejor. Así me dejan los findes sola para salir con mis amigas. Un problema menos"). Ja. Me río yo de no tener problemas. Ambos opuestos (uno rubio, otro moreno; uno morenísimo de piel, otro lefotazo; uno viejuni, el otro, niñato), pero oye, los dos se pusieron de acuerdo para desaparecer. Sí, desaparecer. Sin más. Ambos dijeron un "Luego te llamo" y aún estoy esperando (hablo desde la más absoluta ironía, obviamente, no llevo esperando tres meses la llamada; al segundo mes ya me cansé de esperar algo que no iba a llegar nunca... Cri cri... cri cri...)

Esto no viene mucho a colación del tema que me ocupa hoy, pero, o lo digo o reviento: Hombres de mi vida (menos mi padre y demás familia): os odio. Os odio tanto (Nota mental: post sobre los cafres/capullos que han pasado por mi vida -aunque quizás sea demasiado largo, probablemente lo tenga que dividir en dos. O tres-) os deseo que os peguen ladillas, cuanto menos, pero oye, sin rencor, eh...

Pero, ¿sabéis qué? Que gracias a escribir todo esto, el optimismo ha vuelto a mi vida. Soy una persona vitalista y, por qué no, feliz. Feliz de que mis desgracias nunca vengan solas, porque cuantas más sean y más grandes, más me harán reír cuando consiga superarlas y verlas desde la distancia y, creedme, no sé si por actitud positiva o intento de no caer en una depresión constante, las desgracias las olvido rápido, porque regocijarse en los aspectos negativos de la vida, no hace más que jodernos las cosas buenas que, probablemente, nos estemos perdiendo. ¡Trabajo soñado y hombre de mi vida y futuro padre de mis hijos (cuatro, por lo menos), esperadme, ¡que ya llego!

viernes, 8 de junio de 2012

¡Cuánto daño ha hecho Whatsapp!

"¡Será cabrón! Se ha conectado y no contesta, el muy (PIIIIII)..." (Es que he decidido que estamos en horario/lectura infantil, así que voy a intentar cortarme un poquito con eso de los tacos, aunque en este post creo que me va a costar bastante contenerme...). "Hace dos horas que lo ha visto y pasa". "¡Está en línea!". "So perri, contesta, que sé que lo has leído". "Eeeeeooooooo"...

¿Quién no ha estado en esa situación alguna/miles de veces? Pues eso, ¡cuánto daño ha hecho Whatsapp en nuestras vidas! Y, que conste, que me reconozco febril y perdidamente adicta a eso de escribir mensajes instantáneos gratuitos a diestro y siniestro, pero amig@s, el primer paso para asumir una adicción ya conocéis cuál es: reconocerlo. Mea culpa.

Whatsapp. Dichoso Whatsapp. ¿Pero qué es exactamente? Es esa aplicación maldita (sí, este post también va de las malditas cosas que me rodean, que últimamente son muchas/demasiadas) que se ha colado en nuestras vidas sin apenas darnos cuenta, pero que si ahora nos la quitaran de las manos, preferiríamos la muerte... ¿O no? (¡Antes sin manos que sin iPhone! va a ser mi nuevo grito de guerra. Lo he ensayado y todo.)

Todos los que tengáis Whatsapp en vuestros queridos Smartphones, también llamados "extensiones de nuestras manos" sabéis a lo que me refiero. Sirve para todo: desde un "Quedamos a las 8", hasta conversaciones que duran horas y que son tan importantes como la reproducción de los pulpos del Mar del Norte (o sea, nada, por si alguien no había pillado el chiste biologil. Guiño guiño). 

Los de mi generación (sí, esa generación perdida, la mejor preparada y que huye de este país por tierra, mar o aire si quieren tener una oportunidad) somos los tontos del Internet. Porque, amig@s, no es la primera vez que nos hemos dejado engañar por una tecnología similar... ¿A que sabéis a que me refiero? Efectivamente, nuestro querido Messenger. Ains, Messenger, Msn de mis amores, cómo te hemos podido reemplazar en tan poco tiempo, que ya apenas nos acordamos de ti, sólo para reírnos de las tonterías que éramos capaces de escribir en tus páginas... ¡Seremos bobos! Pero si estamos haciendo lo mismo ahora con Whatsapp, pero este mola. Mola mucho. Mola mucho más que Messenger. ¿Por qué? No lo sé, pero mola. DEP Menssenger. (Ya sabéis, autoconvencimiento. Siempre funciona.)

Estamos totalmente enganchados a esa nueva tecnología que no nos hace ver más allá... Pero, ¿y lo felices que somos cuando vemos un dichosito icono verde con forma de bocadillo de la persona que tanto esperábamos? Hoy me he despertado con ganas de hacer una lista de cómo Whatsapp ha cambiado nuestras vidas (y nuestras relaciones):

Habéis ganado amigos que teníais en la agenda, pero que hacía miles de años que no hablabais, pero ¡Ah! como ahora es gratis... Retomáis conversaciones dejadas décadas atrás y, sin quererlo (o queriendo, que puede ser también que llevaras esperando años a que saliera una aplicación gratuita para hablar con la tía que tantas ganas tienes de traginarte desde hace tiempo, pero que no tenías dinero ni para un SMS) y empezáis a tener una relación whatsappil de horas y horas, hasta que ¡oye, tengo un nuevo amig@! (o folloamig@, como lo queráis ver las mentes calenturientas, que haberlas haylas -¡No sabéis cuántas!-).

Luego, sin embargo, está el extraño caso de la pérdida de amigos... Sí, como léeis, la pérdida... Porque todavía existe algún zagal por ahí olvidado que no conoce esta maravillosa aplicación (ya veis, parece que no tiene ganas de que cambie su vida, se ha quedado estancado allá por el siglo XX...) y, claro, tienes que avisarle de que habéis quedado, pero eso supone escribir un SMS y, Dios, eso cuesta a mi factura 0.15 €... Que le avise otro, que yo paso de escribir un mensaje de texto. El problema es que lo piensas tú, y Pepito, y Menganito, y así Julianito se queda sin saber que habíais quedado para tomar unas cañas... Tanto se cansa que, al final, busca un nuevo grupo de amigos estancados en la Prehistoria, que prefieren vivir con sus Nokia 3310 y sus One Touch Easy (y oyes, tan felices en su ignorancia whatsappil) y a ellos no les pica rascarse quince míseros y cochinos céntimos de euro en avisar a sus nuevos compis de tecnología, y claro, al final os podéis despedir de Jualinito y de su querido ladrillo del que no quiere desprenderse. Él se lo pierde, si no tienes Whatsapp, no eres nadie.

Whatsapp domina nuestros días, nuestras noches, nuestros ciclos del sueño... ¿Qué no? ¿Cuántas veces os habéis despertado con el "tiriri" que te avisa de un mensaje a las 6 de la mañana del borracho de turno, cuando tú llevas 6 plácidas horas durmiendo? (léase también cuando eres tú el hebrio y jodes al bello durmiente con un "Capullo, vaya noche te has perdido", "¿Mañana unas cañas en La Latina?" o, mi favorito,"¿Estás despiert@?" A ver, imbécil, ¿no ves que no me conecto desde las 23,35?) 

¿Y qué me decís de los grupos de Whatsapp? Tener un grupo es algo así como perder todo contacto humano con el resto de la población. Como te veas inmerso en una conversación de a 5, dejas de hacer caso a todo lo que te rodea, porque claro, o una cosa o la otra, no das para tanto. Y como dejes de mirar el Whatsapp dos cochinos minutos, te encuentras con 531 mensajes de los otros cuatro, entre los cuales seguro que encontrarás 499 en los que pone sólo "jajajaja" (y "jajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajaja" cuando a Pepito le ha hecho una gracia infinita el comentario de Fulanito). La cosa se complica cuando tienes más de un grupo. Y más de un grupo activo a la vez. Yo tengo 9, haceos una idea de la capacidad de concentración que necesito como persona humana para atender a todos los puñeteros "jajajaja"... (¡Cómo se aburre la gente, en serio! Yo la primera, que encima estoy en paro...)

Y, por último, llega mi argumento favorito de porqué he acabado odiando el Whatsapp (sí, lo sé, hace cinco minutos lo amaba, pero es que yo soy muy bipolar): el "lo ha visto y no contesta, el muy hijo puta". Da igual lo que escribas, ya sea la mayor chorrada del mundo o la parrafada más inmensa sobre algún tema importante... El caso es que tú has dedicado X minutos de tu tiempo escribiendo a esa persona (con la correspondiente pérdida de concentración y dejadez hacia el resto de contactos de Whatsapp, con lo que jode) y esa persona no gasta ni un mísero segundo en contestar. ¿Por qué? Aaaaaaaaaah, ahí ya entran las múltiples respuestas que a cada uno se nos quieran ocurrir. El caso es que jode de una manera máxima el hecho de que nos ignoren, ¿verdad? "Será maldito... ¡¡¡Está en línea!!!" Vosotros reíos, pero yo he llegado a cambiar nombres de contactos en la agenda porque han dejado de caerme bien por esa indiferencia hacia mi persona (ya sabéis que como buena Neurótica, no paso ni una, y la indiferencia hacia mi ser es de las peores cosas que se me pueden hacer...)

¡Una cosa para navegantes whatsappiles! Si alguna vez no os contesto es porque estoy haciendo otras cosas o, simplemente, porque no quiero! Pero seguro que al día siguiente seré yo la pesada del "Eeeeeooooo", "Contéstame, que sé que lo has visto", "¿Estás despiert@?"


jueves, 7 de junio de 2012

Cuando tu ex se casa (antes que tú)

Para que veáis con qué clase de ánimo me he levantado hoy... Me dispongo a escribir mi nuevo post al ritmo de "Quiero montarme en tu velero, ponerte ya el sombrero y hacernos eso, ay, ay, ay, ay..." (No os creáis que es mentira, que está sonando ahora mismo en mi súper ordenador y, lo peor de todo, es que no es la típica canción noventera que salta en la radio de repente y te quedas con cara de "¿Perdona?". No, está sonando porque yo, patética de mí, y con toda mi conciencia e inteligencia humanas, he decidido escuchar una súper lista de estas que podríamos llamar "nostalgia de adolescencia"... Empiezo a pensar que estoy (aún) peor de lo que pensaba... (Oh, my God, ahora suena "Aserejé", ¿qué clase de música "actual" tengo en mis listas?)

Bueno, ¿y por qué tendré yo esta nostalgia infinita por años atrás, cuando no tenía más preocupaciones que aprenderme la coreografía y, por supuesto, el lenguaje o idioma aserejil (Já de jé, de je ve tu dejevere seviunouva...)? Pues fácil, "algo" ha hecho que recuerde, a la fuerza, esos añitos estudiantiles. ¿Que qué me lo ha recordado? Fácil, un ex.

¿Qué es un ex? Es ese ser maldito que, por hache o por be, no se va de tu cabeza, nunca. Para bien o para mal, pero ahí está. Siempre, tocando los huevos. ¿Qué vas al Kinépolis? Piensas: "Ainsss, aquí vi con Pepito la úlima de Tarantino". ¿Qué tu nueva pareja te dice, tan feliz él con una súper sonrisa y dos billetes en la mano: "Nos vamos a París"? Y entonces tú respondes (de la forma más eufórica a la vez que falsa posible): "Cariño, claro que sí. ¡Muchísimas gracias! ¡Oh, Dios, qué gran sorpresa, te quiero!" y, en realidad, estás pensando en que cinco años atrás ya te habías pateado con ese ser maldito esa maldita ciudad llamada malditamente "La Ciudad del Amor" durante una semana, y haciendoos fotos en todos los rincones posibles (sí, hasta una cruzando un paso de cebra, porque, amig@s, no nos engañemos, el turismo es lo más tonto que la raza humana ha podido inventar. ¿Por qué nos hacemos fotos señalando a un autobús? ¿Es que en nuestra querida, próspera y cuidada Spain (léase la ironía en mis palabras) no tenemos mobiliario urbano? Bueno, esto se merece un post aparte... (Nota mental: Spain is different).

(Ahora suena "Las chicas tienen algo especial, las chicas son guerreras". Me va que ni al pelo para este post... Como supondréis, toda persona neurótica e igólatra por experiencia tiene que contar qué hace en cada momento, hasta qué canción "súper guay" está escuchando...)

A lo que iba, que me pierdo... ¿Qué puede haber peor que ese maldito ser llamado "ex"? Muy fácil: un ex en las redes sociales. Muchos, cuando rompen una relación, eligen borrar todo rastro de la otra persona, como si nunca hubiera existido y convencidos así de que no se les va a aparecer en la cabeza de vez en cuando para tocar los bemoles (sí, cuando vayáis a París, por ejemplo).

Otros, en cambio, prefieren no desaparecer de la vida de la otra persona y, a su vez, no hacer que ésta desaparezca tampoco de la suya. Estos son los que suelen (los menos, está claro) acabar bien una relación y deciden eso de ser "amigos" (ja, ja, ja... ¿Alguien lo ha conseguido realmente? Pensadlo bien, ¿pero de verdad, de verdad?)

Y, claro, luego estoy yo, la Rubia Neurótica, que ni lo tiene en Linkedin, ni en Twitter, ni en ninguna red social parecida a cualquier contacto virtual que pudiésemos tener, pero... Sí, lo reconozco, después de casi  cinco años en que ese maldito ser me dejase por un email (sí, señores, por un email, y diciendo todas esas cosas que nos encanta escuchar cuando nos dejan del tipo "no eres tú, soy yo", "te mereces alguien mejor" etc etc etc) aún sigo buscando su nombre en la casilla de search de Facebook, rezando porque no haya cambiado de nick y poder encontrar, al  menos, una foto en su perfil (avatar que, por cierto, sale -miento, salía- con una rubia bastante corrientita. Seguro que ni siquiera es neurótica, con lo que mola).

(Pedazo de lista, cada vez me gusta más... "Más, te quiero y quiero más, de lo que tú me das..." Parece no tener fin este Caribe Mix...)

Bueno, pues me disponía yo a martirizarme buscando su querido nombre (feo como él solo y al que apodaremos, para preservar su intimidad, "el ser maldito") y me encontré con el pastel, así, de sopetón (¡Zasca!): se ha casado. Sí, amig@s, casado y bien casado. En una iglesia, con su altar y sus invitados, y su traje de pingüino, con sonrisa de gilipollas incluida. Todo un pack. ¿Casado? Casado. Recasado.

¿Qué cómo lo sé? Porque después de casi cinco años visitando su web una media de dos veces al mes (esa obsesión de meterme 50 veces al día la fui superando con el tiempo, que soy neurótica, pero de vez en cuando también se apodera de mí la cordura) ha cambiado su foto de perfil y, claro, ya os podéis imaginar la que tenía ahora puesta (tan orgulloso él, pobrecito...). ¿Que si me ha jodido? Extrañamente no, nada de nada. Increíble, pero cierto (probablemente sea porque, de una vez por todas, he superado esa historia. A saber las que me quedan por superar todavía... (¡¡Que no sean demasiadas, por favor!!) ¿Que si me jode que se haya casado antes que yo? Sorprendentemente no, pero me conozco a más de uno y una (hasta yo creo que lo hubiera pensado en otras circunstancias) que el hecho de que ese ser maldito llamado "ex" rehaga su vida antes que tú, casándose o sin casar, jode. Reconozcámoslo, jode. Y mucho.

Por cierto, en su querida nueva foto de perfil sale con 20 (ó 50) kilos más de como lo recordaba, con una gran papada, gafirulis de abuelo y calvo, calvo, calvo. Ah, y feo, pero feo, feo, pero oye, al menos se le ve feliz...

...Y para acabar, os dejo con la última pista que, parece que, a drede, está sonando en mi ordenador: "A quién le importa lo que yo haga, a quién le importa lo que yo diga, yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré..." Vamos, que quien me quiera, que me quiera como soy, con mi neurosis a cuestas y con todos mis defectos varios... Y quien no, ya sabe dónde está la puerta... Eso sí, el día que me case, pienso poner la foto del perfil de mi Facebook a tamaño XXL, para que el resto de mis ex me vean lo gorda, fea y calva que estoy, pero oye, feliz... y casada.


jueves, 31 de mayo de 2012

Autoconvencimiento personal: las cremas milagro sí funcionan

Spray seco anticelulútico y quemador de grasas, de Deliplus: "Cuanto más te mueves, más quema". Toma ya. Ahí tenéis mi nueva adquisición (El nombre es extra largo, pero verídico). Soy lo peor, lo sé. Hace apenas dos días, estaba escribiendo sobre la indignación que me provocan estos productos milagro que, por supuesto, no sirven para nada. Y ale, ni 48 horas después, vuelvo a sucumbir... ¡Esta sociedad consumista y desgraciada va a acabar conmigo! (y con mi bolsillo).

Pero tengo muchos argumentos a mi favor (soy periodista, razones para convencer nunca me faltan) de que he hecho una buena compra. No pienso arrepentirme. (¿Segura? Mierda, ya lo estoy haciendo). La primera y más importante de todas es: que es del Mercadona. Sí, sí, del Mercadona. ¿Alguien conoce algo de ese maravilloso establecimiento que no nos guste? Ale, os dais por contestados. Y, por si fuera poco, al hecho de que sea un producto "Mercadonil", le sumamos su precio: vamos, una ganga. Sólo 7,25 €, no me digáis que no estaba ahí, preparada para mí. De hecho, mejor aún, 7,25 € que le costaron a mi madre que, por cierto, me encanta ir a hacer la compra con ella, ya que "arraZo por donde paZo" (guiño guiño).

Sigo con mis argumentos varios de por qué he hecho la mejor compra de mi vida (sin autoconvencimiento, no se llega a ninguna parte): la dependienta. Esa pequeña gran mujer que se encuentra en las esquinas de toda tienda de cosmética que se precie, y que te adula con su querido y ya conocido por todos "¿Puedo ayudarte en algo?", y entonces todos respondemos (venga, al unísono): "No, gracias, estoy mirando". Pues convencida total de mí misma de que mi respuesta iba a ser efectiva, no tuve suerte. Me tocó una dependienta eficiente, de esas cansinas que las muy jodías saben vender. Y claro, ahí estaba yo, mirando todos los potingues milagro (sí, esos que no sirven para nada) y me vino con el dichoso productito. Ahí estaba, en la cabecera del lineal, negro y dorado, en su cajita deluxe (porque es un productazo) y me enumeró todas las propiedades beneficiosas y verdaderas que tenía el dicho sérum.

"No gracias, si sólo estaba mirando, de verdad". Pero no, la guerra entre consumidora sin un duro versus dependienta que va a comisión es dura, y claro, aquí la consumista neurótica por excelencia (o sea yo) tenía todas las de perder. Ella lo sabía y por eso insistía. Me veía cara de comprar todo lo que  cae en mis manos y, obvio, no iba a dejar pasar esa oportunidad.

("Total, en el fondo puede que funcione. Tiene buena pinta, la verdad. Y, por probar, está regalado de precio. No pierdo nada... Habiéndome gastado cientos de euros en otras cremas más caras y que, of course, sólo han servido para que mi cuenta de ahorros baje, ¿cómo no voy a probar ésta? Venga, sí, si voy a ser constante, de verdad. Las otras no han funcionado porque no hacía bien el tratamiento, pero esta vez, sí, lo sé. Funcionará".)

Tenía razón: vio potencial en mí y dejó que expresase mi amor por quemar la Visa. Al final, no sólo compré (bueno, mi madre) el dichoso anticelulítico, sino que también arramplé con una crema con "un toque de luminosidad" (un potingue con kilos de brillantina, que parece que he salido de Fiebre del sábado noche), un pintauñas rosa (como los 30 ó 40 que ya puedo tener en casa) y, lo mejor y más práctico de todo, un cepillo de dientes manual (de los del todo a cien de toda la vida), cuando uso diariamente un bonito cepillo eléctrico (pero, oye, probablemente me venga bien cuando viaje al extranjero y allí no funcione la clavija del enchufe de mi súper cepillo dental).

No soy una persona fácilmente influenciable (¿o sí?). De hecho, siempre se acaba haciendo lo que yo digo (bueno, casi siempre), pero en el tema de las compras, es lo que hay: son mi pequeña y cara debilidad. Pero, oye, no pasa nada, ¡que esta compra ha sido la mejor que he hecho nunca y, además, pagó mamá!

martes, 29 de mayo de 2012

Por qué lo llaman 'adelgazar sin esfuerzo' cuando quieren decir 'muérete de hambre'

"Sonríe y adelgaza sin esfuerzo". "Baja dos tallas comiendo lo que quieras". "Cinco kilos menos sin renunciar al chocolate". "Gana la batalla a la operación bikini sin sacrificar los pequeños placeres de la vida". AN-DA-YA. Me río yo de los miles de titulares que he tenido que leer últimamente en las revistas femeninas que me dan de comer mensualmente (o ya no, pero de eso hablaremos más adelante).

A veces me pregunto si este tipo de publicaciones (repito, que me apasionan y, de hecho, son mi trabajo) se piensan que las mujeres somos tontas (y cuando digo mujeres me refiero a mujeres de verdad, chicas que ves por la calle todos los días, y no Irinas Shayk y Mirandas Kerr. Inciso: ¿Alguna vez las habéis visto paseando al perrito o yendo al supermercado? No. Pues entonces, para mí, no existen.) (Me lo creo yo misma y todo cuando lo digo.)

Vamos a ver, que levante la mano (o en su defecto, deje un comentario) quien haya perdido cinco kilos (qué cinco, me aventuro a decir que kilo y medio) sólo con ser feliz y sonreír. AN-DA-YA (Bis). Yo soy una persona la mar de happy (sin perder ese punto de neurótica, que si no, no sería yo) y estupenda con la vida y, oye, mis cinco kilitos de más no me los quita nadie, ni siquiera la mayor de las felicidades en su punto máximo.

¿Y qué es eso de "come lo que quieras y adelgaza"? Como buena amante del chocolate que soy (no quisiera ser egocéntrica, pero creo que soy la fan número uno de ese pequeño placer dulce), digo públicamente que, muy a mi pesar, el chocolate no adelgaza. Ni un mísero gramo, además. Fíjate que una vez (ingenua y queriendo autoconvencerme de que era verdad), quise hacer caso a una de estas dietas milagro de las revistas, donde te animaban a comer todo el chocolate que se te antojase. "Tú come, come, que cuanto más comas, mejor estarás". Sí, estaba mucho mejor, mucho mejor comprando una talla más de pantalón, porque los míos me hacían parecer una morcilla de Burgos embutida y, por si eso no fuera poco, con la cara llena de granos (Oh, my god! Alba, no recuerdes esto nunca mais).

Como asidua a la comida sana (sin renunciar a los pequeños placeres de la vida que, sí, señores, engordan) os digo lo que todos ya suponíais (porque no somos tontos): Las dietas milagro no existen. Ojo, que no hablo sin saber y aventurándome como si nada que, repito, he probado de todo, y lo único que funciona es comer sano, tragar menos y matarte en el gimnasio. Lo siento por los conformistas y los seguidores a pies juntillas de Vogue, pero, sí, amigos, es cierto. La vida es así de cruel.

Así que, desde este espacio, declaro la guerra a las revistas que, por vigésimo octavo año consecutivo, nos quieren engañar con este tipo de reportajes. ¡Somos felices así! Y no, ¡no somos tontos!